Albelda de Iregua

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Albelda y los números arábigos: el desconocido eslabón navarro de la cultura europea (I)

Todo lo que hay en el universo es armonía y número”

(Aristóteles, refiriéndose a los pitagóricos – “Metafísica”, Lib. I-Cap. V)

INTRODUCCIÓN

Todas aquellas y aquellos que leáis estas líneas conocéis y utilizáis, sin lugar a dudas, los números arábigos…. sí, sí, me refiero al 0,1, 2, 3…. y así hasta el 9. Lo más normal del mundo, ¿verdad?

No en vano, los estudiamos desde nuestros primeros pasos en ese aburrido pero imprescindible peregrinaje vital que es el sistema educativo. Incluso, fuera del mismo, los que seáis de mi generación recordaréis a un siniestro personaje televisivo de felpa que, enfundado en un elegante frac y con su impasible monóculo, nos arengaba, entre tétricas carcajadas, sobre tan maravilloso invento, mientras devorábamos la merienda….

Imaginaos el mundo sin ellos: ¿cómo marcaríamos en los móviles? ¿Cómo contabilizaríamos nuestro dinero? ¿Cómo se elaborarían los más complejos cálculos matemáticos que subyacen detrás de todos los avances científicos? ¿Habría sido posible la informática, basada en algo tan simple como una sucesión de ceros y unos? ¡¡Algunos y algunas os ganaréis la vida (u os la habréis ganado) gracias a ellos!!

Desde luego que, sin los números arábigos, sería completamente imposible imaginar el mundo actual. Pero lo que muchas y muchos no sabréis, probablemente, es que fue a través del monasterio riojano de San Martín de Albelda, fundado y protegido por los reyes navarros, como este elemento fundamental del conocimiento entró en la Europa cristiana, entonces notablemente más reducida y atrasada que en la actualidad.

¿Cómo fue ello posible? ¿Y cómo lo hemos olvidado? Vamos a por ello…

LOS ANTECEDENTES: UN LARGO VIAJE HACIA PONIENTE

Para empezar, conviene matizar que, aunque nosotros lo llamemos arábigos, en realidad el sistema numérico sobre el que tratamos en estas líneas no es de origen árabe, sino indio (hay quien dice, incluso, que podría ser chino). Fue el hecho de que su transmisión al Occidente europeo se hiciera a través de los musulmanes lo que le dio ese apelativo.

Por cierto, los musulmanes no tenían por qué ser árabes… pero ya se sabe que, desde que los romanos se inventaron aquel cajón de sastre de “los bárbaros”, la ¿cosmopolita? Europa nunca se ha esforzado mucho en entender a esas razas inferiores -perdón, “países en vías de desarrollo”- que viven más allá de sus sagradas fronteras en un mundo presuntamente sin fronteras: paradojas del eurocentrismo (para los amigos, “civilización”… modestia aparte). Siempre fue más fácil conquistarlos que entenderlos…

Bueno, al grano. Aunque tal vez pensemos que este sistema numérico fue creado en ese misterioso Séptimo Día cuya hoja algún cachondo arrancó del Génesis, lo cierto es que se cree que no se remonta más allá del siglo V d.C., y que no empezó a salir de su solar originario hasta avanzado el siglo VII d.C.; no es, por lo tanto, tan antiguo como podríamos pensar.

Aunque, como suele suceder con los idiomas, se tiende a hacer una explicación determinística del éxito de este sistema numérico -como predestinado al éxito por su superioridad intrínseca-, tampoco en este caso hay que dejar de lado el capricho del factor político para explicar su expansión. Y es que ésta se inicia coincidiendo con la entrada por el noroeste de la India de las hordas musulmanas, allá por el 715 d.C., al mismo tiempo que, en el otro extremo del orbe, sus hermanos de religión se asentaban en la Península Ibérica.

El vasto Califato musulmán, ora en manos de los Omeyas, ora en manos de los Abbasíes, fue, por lo tanto, el ecosistema político que permitió la gradual penetración hacia Occidente de los números arábigos. Entre medio, permitieron (s. IX d.C.) el desarrollo de la que probablemente sea la mayor aportación de la cultura islámica a la Ciencia: el Álgebra. Y es que, hasta el desarrollo del Cálculo Diferencial por parte de Newton y Leibniz, ya en el siglo XVII, se puede decir que el Álgebra constituyó la cima del conocimiento matemático.

Dicho en pocas palabras, el Álgebra es un sistema de leyes y principios abstractos -una aritmética– que, basándose en una combinación de variables y constantes o parámetros, permite la obtención precisa del valor de determinadas incógnitas… vamos, las ecuaciones de toda la vida. Hasta entonces sólo había dos formas de aproximarse al valor de esas incógnitas: los procedimientos gráficos basados en la geometría (¿quién no se acuerda del “Principio de Pitágoras”, más allá de los chistes sobre el doble sentido de la palabra “cateto”?), o los procedimientos iterativos que, mediante ensayo y error, van acotando, cada vez con mayor precisión, el valor de la incógnita. En todo caso, ambos tipos de procedimientos son notablemente más costosos e imprecisos que el Álgebra.

Hay que reconocer, no obstante, que el sistema de los números arábigos incorpora una serie de características que se mostraron muy útiles en comparación con otros sistemas existentes:

1) el uso de símbolos diferenciados de los símbolos alfabéticos (es decir, de las letras), al contrario que la mayoría de sistemas numéricos existentes hasta entonces. Pensemos, por ejemplo, en los números romanos (en realidad, letras a las que se les asignaba un valor numérico), o en la numeración hebrea, también basada en letras con valor numérico, lo cual dio pie al desarrollo de la célebre cábala hebrea.

2) el uso de la base decimal-centesimal, más intuitiva al basarse en los dedos de las manos, y más adecuada para la representación de grandes cantidades, que, por ejemplo, la base sexagesimal, más adecuada para las divisiones (es perfectamente divisible por 2, 3, 4, 5 y 6 y, por lo tanto, por sus potencias).

3) el valor posicional de los dígitos. Es decir, que no es lo mismo un 9 escrito en la primera posición por la derecha que en la segunda (o sea, 90). ¿Y qué ventaja tiene esto? Pues economía de números, simplemente. Prueben, si no, a escribir 888 en números romanos, a ver cuántos caracteres necesitan….

4) el uso del valor cero (0) -también descubierto por los mayas-, imprescindible para el desarrollo del sistema numérico posicional. Cuando se usaban ábacos y apenas se iba más allá de las cuatro operaciones, no era, ciertamente, asunto de vida o muerte; pero el desarrollo de cálculos complejos es otra cosa…

Una vez enfocado el asunto, avancemos hasta el extremo occidental del mundo por entonces conocido (para los africanos y euroasiáticos, por supuesto), donde un grupo de monjes de un pequeño monasterio de un pequeño reino en expansión se afanan en copiar todo lo que cae en sus manos. Estamos en el año 976 después de Cristo…

LA EXPANSIÓN DEL REINO DE PAMPLONA HACIA EL EBRO

Para entender el contexto en que se sitúa la aparición de los números arábigos en el Reino de Pamplona, debemos remontarnos algunas décadas atrás.

En concreto al año 905, en que Sancho Garcés I -primer monarca de la dinastía Jimena- sucede, en circunstancias poco conocidas, a Fortún Garcés I, último representante de la dinastía Arista. Algo tendría que ver en ello, probablemente, el hecho de que el último Arista pasara buena parte de su vida en Córdoba, entre 860 y 880 aproximadamente -con lo cual, entre 870 y 880, el reino fue gobernado mediante regentes-; así como que su joven hija Onneca se casara hacia 862 con Abd Allah, hijo y heredero del emir de Córdoba Muhammad I (dicho enlace se disolvió hacia 882)

Sean cuales sean las circunstancias exactas, lo cierto es que, aún en vida del rey titular Fortun Garcés I, se produce un cambio dinástico -legalizado por el matrimonio de Sancho I con la gran Toda Aznárez, hija de Onneca en segundas nupcias y nieta de Fortún I- que lleva aparejado un cambio en la política de alianzas, y, probablemente, también en otros aspectos.

Así, frente a la tradicional colaboración entre los Banu Qasi -dominantes en el valle del Ebro- y los Arista, el nuevo monarca ataca a los Banu Qasi, colaborando para ello, según las crónicas, con Ordoño II de León. Como consecuencia, conquista lo que hoy llamamos la Rioja Alta y Media, destacando la conquista en 923 de Nájera, ciudad que, apenas un par de años después, pasaría a ser -y lo seguiría siendo durante 150 años-, residencia de la Corona pamplonesa.

El porqué y el cómo de esa alianza con Ordoño II de León, o la relación de estos hechos con la notable presencia del euskera en los territorios conquistados daría para mucho más, pero habrá que dejarlo para otra vez…

EL MONASTERIO DE SAN MARTÍN DE ALBELDA

Estabilizada la frontera en el río Iregua, dice Sancho I que «para conmemorar el triunfo obtenido hace poco en el castillo de Viguera, hemos determinado construir un monasterio en el lugar que aquellos infieles llaman en su lengua caldea Albelda y nosotros en latín Alba (blanca), que está situada junto al río Eyroca (Iregua) y en los arrabales de la ciudad de Viguera. Dado en … , a cinco de enero del año 924». Hay que matizar que hay serias dudas sobre la veracidad de esta cita, tomada por diversos autores del “Cartulario de Albelda”.

Pero lo cierto es que allí, a 14 km al Sur de la actual Logroño, en el camino hacia el puerto de Piqueras y la Meseta soriana (la antigua Vareia-Numantia), a la sombra del castillo de Viguera, en los años siguientes se fue consolidando una potente comunidad monástica. Puede que ésta fuera de nuevo cuño, pero es también muy razonable pensar que pudiera basarse en las comunidades cenobíticas bien constatadas en la zona, y que no habían interrumpido su actividad durante el periodo de dominio islámico, mucho menos intenso desde el punto de vista religioso de lo que se suele pensar.


Reconstrucción en 3D del monasterio, al pie de la Peña Salagona (http://www.abarrotestito.com)

Un detalle interesante es la advocación elegida -San Martín-, de origen franco y muy ligada a las corrientes religiosas, sociales y políticas provenientes de los territorios bajo dominio carolingio, católico y romano. Otra pista más…

¿Y por qué se erigió aquí un monasterio? Pues muy sencillo, para consolidar y organizar la población de un territorio por entonces fronterizo. Precisamente esta ligazón a la frontera puede ser uno de los factores de su breve existencia, si lo comparamos con otros monasterios cercanos que miraron hacia horizontes más lejanos. Así, se puede decir que vivió su esplendor durante apenas el siglo y medio siguiente a su creación, siendo incluso sede episcopal.

A comienzos del siglo XII, al ser conquistado todo el valle del Ebro por Alfonso I “el Batallador”, comienza la decadencia del monasterio. Es rebajado al nivel del Colegiata (1167), luego unificada a Santa Maria de la Redonda de Logroño (1435), y, finalmente, el 11 de noviembre de 1683, un derrumbe proveniente de la Peña Salagona destruye casi por completo el monasterio. Hoy apenas queda ningún rastro identificable de aquel monasterio, salvo algunas cavidades excavadas en la misma roca (como la cueva “La Panera”) que, según parece, formaron parte del complejo religioso.

Pero volvamos hacía atrás, hacia los momentos de esplendor de nuestro monasterio…

ALBELDA, SIGLO X: UN ENTORNO MULTICULTURAL

Nos situamos, pues, en un peculiar territorio fronterizo, donde no parece haber habido en ningún momento una sustitución demográfica masiva (ni por parte musulmana, ni por parte cristiana). La realidad cotidiana de sus habitantes, por lo tanto, probablemente se vería poco afectada, al menos en el corto plazo, por los vaivenes de la política y los avatares militares.

Recordemos que, por mucho que fueran musulmanes, los Banu Qasi eran los mismos nativos (los “muladíes”) que venían gobernando la zona desde hacía muchos siglos, en estrecha relación con sus vecinos de las montañas, y que, en aquel momento, su arabización/islamización (al igual que en otros sitios sucedió con la cristianización) era aún relativamente superficial y estaba centrada en las clases pudientes.

De hecho, ni la histórica sede episcopal de Calahorra desapareció, (aunque sí parece que se vio sometida a una cierta itinerancia en cuanto a su ubicación física), ni el árabe sustituyó a las lenguas preexistentes (entre otras, euskera y romance local, ambos  reflejados en las Glosas Emilianenses escritas pocos años después en San Millán de la Cogolla, entonces parte del reino navarro).

Lejos, por tanto, de la realidad monolítica y de nítidas e impermeables fronteras que se nos ha sólido presentar -en definitiva, una reinterpretación presentista de la Historia-, nos encontramos con diversas tradiciones y realidades sociológicas, lingüísticas, religiosas y económicas que conviven -no siempre de forma armoniosa o equilibrada…-, se influyen y, por lo tanto, intercambian conocimientos de manera espontánea.

Y es que esto de la “multiculturalidad”, hoy tan de moda, no se ha inventado ahora: en realidad, fue nuestra realidad cotidiana hasta que, no hace tanto tiempo, las monarquías absolutistas y luego los Estados-nación impusieron una uniformización política, lingüística y cultural.

EL “CODICE VIGILANO”

Según sabemos, parece que para el año 950 el monasterio acogía a unos 200 monjes, y entre ellos había una importante comunidad de amanuenses. Es decir, copistas que se dedicaban a realizar, para su comunidad o por encargo, copias y traducciones de diferentes libros, en su mayoría de carácter religioso, pero también correspondientes a otras disciplinas del conocimiento.


El escriba Vigila en su scriptorium (http://www.vallenajerilla.com)

De los trabajos del scriptorium albeldense, sólo nos han quedado dos manuscritos completos: una copia del tratado “De Virginitate Sanctae Mariae contra tres infideles” de San Ildefonso de Toledo (s. VII d.C.) que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, y el mencionado Códice Albeldense o Vigilano, que se conserva en la Real Biblioteca de El Escorial (códice 976), a donde llegó desde San Millán de la Cogolla.

El primero de los dos manuscritos fue completado por el presbítero Gómez en los años 950-951, y fue un encargo de Godescalco, obispo de Puy-en-Velay, mientras peregrinaba a Santiago de Compostela. Otra evidencia más de las poderosas influencias provenientes de tierras francas, cuya forma de pensar conocemos bien a través del posterior Codex Calixtinus….


Estrella de los vientos representada en el Códice Vigilano (http://www.vallenajerilla.com)

En cuanto al “Códice Vigilano o Albeldense” que nos ocupa, en la misma obra se nos detalla que se terminó de redactar en el año 976, y que su autor fue un scriba llamado VIGILA (de ahí el nombre del códice), con ayuda de dos monjes, SARRACIN (en calidad de socius) y GARSEA (en calidad de discipulus). No es que de este dato se puedan sacar conclusiones absolutas, pero es curioso que dos de los tres monjes tengan nombres de clara filiación vascónica, Garsea (García, de sobra conocido) y Vigila (forma latina del nombre “Vela” o “Bela” -”cuervo” en euskera- muy habitual, en particular, en la poderosa familia alavesa de los Guevara).

En cuanto a su contenido, la obra recopila documentación religiosa (actas conciliares, decretos pontificios), jurídica (el Fuero Juzgo o Liber Iudiciorum) y científica (mapa mundi, calendario mozárabe, información sobre astronomía y aritmética). Y usa para ello una preciosa decoración, con numerosas influencias (mozárabe, carolingia, nórdica), comparable a los diversos Beatos -o sea, copias del “Comentario al Apocalipsis” de Beato de Liébana-, al irlandés Book of Wells, o a los manuscritos iluminados de Armenia.

La obra tiene 430 folios, y es en el folio 12 donde aparece la numeración del 9 al 1 que vemos a continuación, la primera en el Occidente cristiano europeo:


Detalle de la representación de los dígitos arábigos, del 9 al 1, contenida en el Códice Vigilano

Por otro lado, en su interesante última página aparecen representados los reyes visigodos considerados como promotores del Fuero Juzgo (Chindasvinto, Recesvinto, Egica), los tres monjes autores del manuscrito (Vigila, Sarracin, Garsea), y la familia real navarra, protectora del monasterio, con el rey Sancho Garcés II “Abarca” (970-994) a la cabeza.


Última página del Códice Vigilano (http://www.vallenajerilla.com)

A sus costados, su esposa la reina Urraca Fernández y el regulus Ramiro de Viguera, hermano del rey y, según la costumbre del reino, rey de Viguera bajo la autoridad de su hermano. Esta curiosa figura se repite en diversas generaciones de la corona pamplonesa aplicado a diversos territorios (Aragón, Sobrarbe…), y aparece también en el polémico testamento de Sancho III “el Mayor”.

LOS NUMEROS ARABIGOS EN EUROPA

Si bien, como ya hemos dicho, en el monasterio de Albelda se constata la primera aparición hasta hoy conocida de los números arábigos en la Europa cristiana (consecuencia, sin duda, de la peculiar situación de San Martín de Albelda en un punto de contacto entre culturas), ello no supuso, en absoluto, la inmediata implantación de este sistema numérico en el Occidente europeo.


Página del Liber Abbaci, donde se observan diversos dígitos arábigos

De hecho, su aparición fue muy puntual hasta 1202, fecha que se considera como verdadero arranque de su generalización. En este año se publica Liber Abaci, de Leonardo de Pisa, también conocido como “Fibonacci”. Este matemático, hijo de un comerciante pisano, había aprendido los dígitos arábigos en su juventud en Bugía (la actual Argelia), mientras ayudaba a su padre en sus operaciones mercantiles.

En el libro, Fibonacci explica las ventajas para el comercio del uso de los arábigos, y explica nociones de cálculo con estos números, como el ya comentado paso de métodos geométricos a aritméticos mediante el álgebra.

La posterior generalización de la imprenta a partir de 1450 dio el definitivo empujón a este sistema, que abrió las puertas a la posterior Revolución Científica protagonizada por Copérnico, Giordano Bruno, Galileo, Tycho Brahe, Kepler…

Ciertamente, de no haber aparecido en San Martín de Albelda, los números arábigos podrían haber aparecido en cualquier otro sitio. Pero, por un azar del destino, sucedió precisamente allí, y precisamente mientras estaba dentro de un reino posteriormente conquistado y borrado del mapa y de la memoria.

Tal vez por ello, entre otras cosas, es una realidad completamente desconocida por el público, cuando, seguramente, en cualquier lugar del mundo sería motivo de orgullo y atracción turística. Es el problema de que te roben no sólo la soberanía, sino también la memoria…

Si la próxima vez que mandes un Twitter, o eches mano de una calculadora o un ordenador, esto te viene a la cabeza, entonces estas líneas habrán valido la pena. ¡¡Que así sea!!

-Iñigo Larramendi-

Albelda de Iregua

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